Mientras tanto cógeme la mano

2004
Traducciones: Bitartean heldu eskutik, Susa, 2001. Traducido al inglés (Graywolf), español (Visor), francés (Le Castor Astral), catalán (Proa), ruso (Guernica Press), georgiano (Ilia University Press).

El Padre Larramendi, gramático y jesuita, tenía fama de tener mucha mano izquierda. Lo que para otros era pecado, para él no lo era tanto. Por ejemplo, le gustaban mucho los bailes y no gastaba mucha energía alertando a los feligreses de los supuestos peligros que rondaban a todo aquel que bailara de noche en los soportales de la iglesia. En lo referente al chocolate actuaba igual. No lo consideraba pecado. Más aun, le gustaba el chocolate y lo saboreaba de vez en cuando; era su capricho.

Cuando murió Larramendi encontraron una onza de chocolate bajo su almohada. Había estado varios días agonizando. Ese fue su último capricho. El hallazgo creó una gran discusión en la orden. Algunos jesuitas argumentaban que Larramendi pecó en su lecho de muerte y, por consiguiente, no lo podían enterrar según el rito cristiano. Su cuerpo tendría que descansar fuera de los muros del cementerio. Otros defendían que una persona tan importante como el gramático no podía sufrir tal agravio. Al final, la sensatez acabó por imponerse y los padres jesuitas exculparon a Larramendi de su último antojo.

Un poema es como esa onza de chocolate que encontraron en el lecho de muerte del Padre Larramendi. Un poema es ritmo, es estructura, pero sobre todo es sentido. Un poema siempre transmite algo nuevo. Y, sobre todo, un poema llega al lector de improvisto, llega de sorpresa, como esa onza de chocolate que hallaron debajo de la almohada de Larramendi, una onza de chocolate pequeña, oscura y dulce.